Supongo
que estará aliviado, pese a todo, de que esta noche no haya llovido. En este
momento debe estar acompañándola de camino a su casa, deben estar por llegar,
lo sé porque hace un rato se fueron de mi puerta. Debe estar pensando en cómo
ignorar la situación sin dirigir mirada alguna a Julieta, a sus inmensos y
destellantes ojos azules, a su cintura pronunciada y larga cabellera negra,
mientras fuma de su cigarro y seca el sudor de su peludo rostro, repitiéndose una
y otra vez en la mente: ¡No es posible que siga con esto!
Me imagino lo que pasa
por su cabeza cada vez que abro la puerta en la noche y veo su rostro pálido y
avergonzado, con el ceño fruncido y sus ojos oscuros mirándome fijamente; repitiendo
como de costumbre “vengo por Julieta”, mientras le sonrío con sarcasmo como
suelo hacerlo desde la primera vez que vino a recogerla. Recuerdo bien esa
noche lluviosa, en la que se me reveló como Romeo, el novio de Julieta, sacando
pecho y blasfemando entre dientes, sentí que se detenía el tiempo, que esperaba
cualquier reacción mía para quebrarme la sonrisa de golpe, eso creía yo, hasta
que Julieta terminó de vestirse y salió de mi cuarto dirigiéndose a él con gran
decisión, halándole de la mano con delicadeza, sin decir palabra alguna, como
si de un niño se tratara, volviéndome la mirada antes de cerrar la puerta, en
su rostro se veía satisfacción, como si me agradeciera, como si yo le hubiera
ayudado a cumplir su cometido, ¿acaso era yo su cómplice al pecar? Escuché
gritos de aquel hombre, amenazas y disculpas. Mientras se alejaban de mi
puerta, solo podía imaginarme a Julieta sonriéndole con el mismo sarcasmo con
el que yo lo hice y dirigiéndole preguntas estúpidas como ¿qué tal estuvo tú
día? O ¿qué quieres comer de camino?, preguntas estúpidas como las que suele
hacer.
Eran las cinco de la
tarde y me disponía a salir del edificio donde trabajo cuando lo vi, era él,
el que estaba recostado en la puerta, seguramente a Julieta se le habrá
escapado el lugar dónde trabajo y la
hora en que salgo, pensé que estaría dispuesto a quebrarme como no pudo la
noche anterior, al verlo encendí un cigarro y cerré mis puños con fuerza,
preparándome para defenderme y manchar mi camisa de sangre y de ser necesario
convertirme en la bestia. Sin embargo, cuando estuvimos frente a frente , noté
que en su rostro no había odio alguno, como si hubiese perdido la rabia del día
anterior, ni siquiera me miraba a mí, estaba absorto en el vacío, como si en ese vacío hubiera algo más importante que desvanecerme a golpes,
pensé ingenuamente que se le había olvidado mi rostro, pero en cuanto se me
pasó por la mente esa posibilidad, sus
ojos se fijaron en los míos, y pude ver en su mirada que existía tanta tristeza que se desarmó
mi intención de violencia. Le pregunté qué hacía allí y bajó la vista como si
me temiera, después me dijo que necesitaba hablar conmigo pero que sería mejor
en otro lugar, me preguntó si deseaba un café y le respondí que una cerveza
sería más oportuna.
Cuando llegamos al
café, él pidió un tinto y yo una fría, veía en sus ojos ese aire de
superioridad sobre mí, era como si las líneas de su rostro me dijeran
“repugnante alcohólico” mientras yo le sonreía y pensaba “da igual, de todas
formas tú la pagas”. Fui directo y le interrogué del porqué buscarme, de nuevo
vi en su mirada arrepentimiento, me dijo que sabía lo que hacía con Julieta en la
noche, me confesó que sentía ira pero que no era hacia mí sino con él mismo,
que yo no entendía la situación y que por eso no valía la pena sentir odio. Empezó a disculparse por su conducta de la noche anterior, aunque yo
no tuviera nada que perdonar, es decir, si yo estuviera frente al hombre con el
que mi novia acababa de acostarse hubiera hecho cosas peores que desbordar
rabia con la mirada; me preguntó si podía perdonarlo y que así tal vez hasta
podríamos ser amigos, sé que muy adentro suyo él sentía que no eran más que
palabras al azar y que solo deseaba acabar conmigo, pero pensé, si él quiere mi
amistad, con gusto se la daré, así que con una sonrisa inocente le dije <<sí>>,
me lancé un último trago a la garganta y caminé hacia la puerta, directo a
casa.
Escuché que golpeaban
la puerta, fui a abrir y me encontré con Julieta y sus lágrimas. Pensé que
Romeo la había golpeado y que ella venía en busca de socorro, tal vez ella veía
en mí a un guardaespaldas, uno al que le paga con placeres en lugar de dinero;
sin embargo, no dijo palabra alguna durante un largo rato, solo entró y se
dirigió a mi habitación, me senté y ella junto a mí, me quede mirándola incapaz
de decir algo, pensé que mis palabras me sentenciarían, o le
haría daño, que solo lograría que su llanto aumentara, así que callé. Después,
ella me miró y bajó la mirada bruscamente hacia el suelo, como si yo tuviera la
culpa de algo, o tal vez la solución; respiró profundamente, el tiempo parecía
interminable, me dijo que ella me buscaba porque no soportaba el peso de la tragedia que
la carcomía. Me dijo que llevaba un largo tiempo con Romeo y que todo en él era
perfecto, el mejor ser que conozco, decía, y que lo amaba como a nadie, pero
que por alguna razón desconocida, nunca habían tenido sexo. Que lo
había intentado todo, había fingido estar borracha, se le había insinuado y le había sido directa, dijo que incluso
había pensado en violarlo. No pude contenerme, empecé a reír a carcajadas,
asumí que jugaba conmigo, pero ella no reía, su rostro estaba inmutado y solo
en sus prominentes ojos azules comprendí que todo era cierto. Traté de
mostrarme compadecido por ella, pero creo que no le gustó, porque de repente se
abalanzó sobre mí y me dijo que no importaba, que no necesitaba piedad, que
si Romeo no le daba lo que pedía, seguro yo sí lo haría, ella sabía
bien que yo estaba dispuesto y que conmigo podría apaciguar su pena.
Poco tiempo después,
volví a toparme con Romeo al salir de trabajar, se mordía los labios
impaciente, incapaz de mantenerse quieto. Me interceptó de repente,
<<Usted es despreciable –dijo de repente, mirándome a los ojos- ¿cómo ha
sido capaz de tal traición? Pensé que éramos amigos, en eso habíamos
quedado…>>. <<Soy su amigo, si eso es lo que quiere –respondí
rápidamente y sin temor- pero también soy amigo de Julieta, de hecho, más de
ella que de usted>>. Noté que su piel se había erizado y, de repente,
se hizo un prolongado silencio, pensé entonces que debía estar preparado para
lo que fuera, pues uno no podría saber cómo reacciona una persona ante tal situación, podía estar
explotando su creatividad pensando en tantas formas de matarme, ahí, frente a
mí; parpadeó, estaba esperando tanto ese parpadeo en el que él decidiría qué
hacer conmigo, que perdí la noción del tiempo. Instantáneamente, se perdió la
tensión en sus ojos, << no lo comprendería –dijo- usted no es del tipo de
personas que entiende de estas cosas>>. Aproveché mi momento, <<
¿Acaso es por algo religioso? –pregunté mientras crecía una sonrisa en mi
rostro- ¿o es por alguna enfermedad?, ¿es por
impotencia?>>. Me miró detenidamente, tal vez si hubiera acertado con
alguna de las preguntas no me habría juzgado con su mirada como lo sentí,
aunque tal vez fui yo quien lo juzgó. << No es nada de eso, usted no lo
entendería –dijo mientras el volumen de su voz aumentaba- usted es de los que
juzga dando por obvia la vida ajena, por eso usted no podría entender… es por eso
que ni siquiera vale la pena intentar explicarlo>>. Dio vuelta y se fue.
Lo miré, sonreí, dejé de mirarlo. Es posible que tuviera razón, pensé en aquel
instante, tal vez era imposible que yo lo comprendiera aunque me lo explicara
de mil maneras, pero eso solo quería decir que si Julieta no sabía, era porque
ella tampoco lo entendería si él confesase. De modo que, si la sigue amando,
seguirá con este juego. Regresará a mi puerta mil veces más deseando derrumbarla, abrazará a Julieta aun
sabiendo que ella ve en mí lo que no encuentra en él, me mirará a los ojos
queriendo acabarme, pero persistirá, esperando que mis pasos olviden los de
ella, anhelando el día en que su felicidad no esté en manos ajenas.
Por: Santiago Gómez Castañeda
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