martes, 9 de septiembre de 2014

ROMEO Y JULIETA


  Supongo que estará aliviado, pese a todo, de que esta noche no haya llovido. En este momento debe estar acompañándola de camino a su casa, deben estar por llegar, lo sé porque hace un rato se fueron de mi puerta. Debe estar pensando en cómo ignorar la situación sin dirigir mirada alguna a Julieta, a sus inmensos y destellantes ojos azules, a su cintura pronunciada y larga cabellera negra, mientras fuma de su cigarro y seca el sudor de su peludo rostro, repitiéndose una y otra vez en la mente: ¡No es posible que siga con esto!

  Me imagino lo que pasa por su cabeza cada vez que abro la puerta en la noche y veo su rostro pálido y avergonzado, con el ceño fruncido y sus ojos oscuros mirándome fijamente; repitiendo como de costumbre “vengo por Julieta”, mientras le sonrío con sarcasmo como suelo hacerlo desde la primera vez que vino a recogerla. Recuerdo bien esa noche lluviosa, en la que se me reveló como Romeo, el novio de Julieta, sacando pecho y blasfemando entre dientes, sentí que se detenía el tiempo, que esperaba cualquier reacción mía para quebrarme la sonrisa de golpe, eso creía yo, hasta que Julieta terminó de vestirse y salió de mi cuarto dirigiéndose a él con gran decisión, halándole de la mano con delicadeza, sin decir palabra alguna, como si de un niño se tratara, volviéndome la mirada antes de cerrar la puerta, en su rostro se veía satisfacción, como si me agradeciera, como si yo le hubiera ayudado a cumplir su cometido, ¿acaso era yo su cómplice al pecar? Escuché gritos de aquel hombre, amenazas y disculpas. Mientras se alejaban de mi puerta, solo podía imaginarme a Julieta sonriéndole con el mismo sarcasmo con el que yo lo hice y dirigiéndole preguntas estúpidas como ¿qué tal estuvo tú día? O ¿qué quieres comer de camino?, preguntas estúpidas como las que suele hacer.
  
  Eran las cinco de la tarde y me disponía a salir del edificio donde trabajo cuando lo vi, era él, el que estaba recostado en la puerta, seguramente a Julieta se le habrá escapado el lugar dónde trabajo y  la hora en que salgo, pensé que estaría dispuesto a quebrarme como no pudo la noche anterior, al verlo encendí un cigarro y cerré mis puños con fuerza, preparándome para defenderme y manchar mi camisa de sangre y de ser necesario convertirme en la bestia. Sin embargo, cuando estuvimos frente a frente , noté que en su rostro no había odio alguno, como si hubiese perdido la rabia del día anterior, ni siquiera me miraba a mí, estaba absorto en el vacío, como si en ese vacío hubiera algo más importante que desvanecerme a golpes, pensé ingenuamente que se le había olvidado mi rostro, pero en cuanto se me pasó por la mente esa posibilidad,  sus ojos se fijaron en los míos, y pude ver en su mirada que existía tanta tristeza que se desarmó mi intención de violencia. Le pregunté qué hacía allí y bajó la vista como si me temiera, después me dijo que necesitaba hablar conmigo pero que sería mejor en otro lugar, me preguntó si deseaba un café y le respondí que una cerveza sería más oportuna.

  Cuando llegamos al café, él pidió un tinto y yo una fría, veía en sus ojos ese aire de superioridad sobre mí, era como si las líneas de su rostro me dijeran “repugnante alcohólico” mientras yo le sonreía y pensaba “da igual, de todas formas tú la pagas”. Fui directo y le interrogué del porqué buscarme, de nuevo vi en su mirada arrepentimiento, me dijo que sabía lo que hacía con Julieta en la noche, me confesó que sentía ira pero que no era hacia mí sino con él mismo, que yo no entendía la situación y que por eso no valía la pena sentir odio. Empezó a disculparse por su conducta de la noche anterior, aunque yo no tuviera nada que perdonar, es decir, si yo estuviera frente al hombre con el que mi novia acababa de acostarse hubiera hecho cosas peores que desbordar rabia con la mirada; me preguntó si podía perdonarlo y que así tal vez hasta podríamos ser amigos, sé que muy adentro suyo él sentía que no eran más que palabras al azar y que solo deseaba acabar conmigo, pero pensé, si él quiere mi amistad, con gusto se la daré, así que con una sonrisa inocente le dije <<sí>>, me lancé un último trago a la garganta y caminé hacia la puerta, directo a casa.

  Escuché que golpeaban la puerta, fui a abrir y me encontré con Julieta y sus lágrimas. Pensé que Romeo la había golpeado y que ella venía en busca de socorro, tal vez ella veía en mí a un guardaespaldas, uno al que le paga con placeres en lugar de dinero; sin embargo, no dijo palabra alguna durante un largo rato, solo entró y se dirigió a mi habitación, me senté y ella junto a mí, me quede mirándola incapaz de decir algo, pensé que mis palabras me sentenciarían, o le haría daño, que solo lograría que su llanto aumentara, así que callé. Después, ella me miró y bajó la mirada bruscamente hacia el suelo, como si yo tuviera la culpa de algo, o tal vez la solución; respiró profundamente, el tiempo parecía interminable, me dijo que ella me buscaba porque no soportaba el peso de la tragedia que la carcomía. Me dijo que llevaba un largo tiempo con Romeo y que todo en él era perfecto, el mejor ser que conozco, decía, y que lo amaba como a nadie, pero que por alguna razón desconocida, nunca habían tenido sexo. Que lo había intentado todo, había fingido estar borracha, se le había insinuado y le había sido directa,  dijo que incluso había pensado en violarlo. No pude contenerme, empecé a reír a carcajadas, asumí que jugaba conmigo, pero ella no reía, su rostro estaba inmutado y solo en sus prominentes ojos azules comprendí que todo era cierto. Traté de mostrarme compadecido por ella, pero creo que no le gustó, porque de repente se abalanzó sobre mí y me dijo que no importaba, que no necesitaba piedad, que si Romeo no le daba lo que pedía, seguro yo sí lo haría, ella sabía bien que yo estaba dispuesto y que conmigo podría apaciguar su pena.

  
  Poco tiempo después, volví a toparme con Romeo al salir de trabajar, se mordía los labios impaciente, incapaz de mantenerse quieto. Me interceptó de repente, <<Usted es despreciable –dijo de repente, mirándome a los ojos- ¿cómo ha sido capaz de tal traición? Pensé que éramos amigos, en eso habíamos quedado…>>. <<Soy su amigo, si eso es lo que quiere –respondí rápidamente y sin temor- pero también soy amigo de Julieta, de hecho, más de ella que de usted>>. Noté que su piel se había erizado y, de repente, se hizo un prolongado silencio, pensé entonces que debía estar preparado para lo que fuera, pues uno no podría saber cómo reacciona una  persona ante tal situación, podía estar explotando su creatividad pensando en tantas formas de matarme, ahí, frente a mí; parpadeó, estaba esperando tanto ese parpadeo en el que él decidiría qué hacer conmigo, que perdí la noción del tiempo. Instantáneamente, se perdió la tensión en sus ojos, << no lo comprendería –dijo- usted no es del tipo de personas que entiende de estas cosas>>. Aproveché mi momento, << ¿Acaso es por algo religioso? –pregunté mientras crecía una sonrisa en mi rostro- ¿o es por alguna enfermedad?, ¿es por impotencia?>>. Me miró detenidamente, tal vez si hubiera acertado con alguna de las preguntas no me habría juzgado con su mirada como lo sentí, aunque tal vez fui yo quien lo juzgó. << No es nada de eso, usted no lo entendería –dijo mientras el volumen de su voz aumentaba- usted es de los que juzga dando por obvia la vida ajena, por eso usted no podría entender… es por eso que ni siquiera vale la pena intentar explicarlo>>. Dio vuelta y se fue. Lo miré, sonreí, dejé de mirarlo. Es posible que tuviera razón, pensé en aquel instante, tal vez era imposible que yo lo comprendiera aunque me lo explicara de mil maneras, pero eso solo quería decir que si Julieta no sabía, era porque ella tampoco lo entendería si él confesase. De modo que, si la sigue amando, seguirá con este juego. Regresará a mi puerta mil veces más  deseando derrumbarla, abrazará a Julieta aun sabiendo que ella ve en mí lo que no encuentra en él, me mirará a los ojos queriendo acabarme, pero persistirá, esperando que mis pasos olviden los de ella, anhelando el día en que su felicidad no esté en manos ajenas.

Por:  Santiago Gómez Castañeda

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