viernes, 17 de julio de 2015

MAREAS HURACANADAS

La lumbre estelar, brillante y fugaz
entera niquela el vano confín.
La mar turbulenta refleja su luz,
aquella se agota en helado clarín.

Un bote de velas andantes al viento
navega a tal suerte que encuentra,
en su mente, un muelle desierto,
afán mercantil. Marines roídos de
torso rugoso zarparon un día
cautivo y soleado sobre un bergantín.   
   
Y aquella barcaza buscaba en los mares
todo cuanto en ella pudiera subir:
botines, y uno que otro
conflicto entendido en lucha a blandir.

Su paso en el muelle fue una epopeya,
tragedias cubrieron la proa senil;
impactos de trueno cernían el barco,
retumban los cielos tras esos disparos,
por poco fallidos, y se alistan las
balas a punto, ya pronto a salir.

Contra el poniente, lejanas bandadas,
merodean al acecho de aquel bergantín.
Se apagan las luces, se enciende
el mechero, el fuego se prende y empieza a rugir.
  
Bramidos de ira, aliento a licor,
se hiende en el rostro tostado
y sereno de algún bandolero,
gallardo y gruñón; osado sujeto
que quiebra los mares tal cual
marinero como un capitán.   

La niebla amapola, ampara las sombras:
ruinosas persona deseando gemir,
sentadas descalzas, con frio, en la cofa,
aguardan con  miedo, la orden del vil.

La luna es un faro hilado en el cielo.
Radiante centello de un breve “impasse”
tal como lo sufre el hombre en el suelo.  
Silencio de muertos, terrible el huracán,
presencia sin seso de esa tormenta
de balas, chispean cañones de azar.

“¡Se hundieron los buques!”
-se oyó al unísono, detrás del mástil-
“Levanten  el ancla, zarpamos ahora”
-gritó el capitán, señalando el sinfín-  

El cielo se anega, la mar enfurece,
parecen las aguas tormenta perfecta.
Acabose el ímpetu de aquel bergantín,
destellos, luceros y algún cierto rayo,
debelan el raso subsuelo, un paso
Que es sello final del gran huracán.

El hombre se asusta, al igual que su tropa,
El infausto cambió de matiz.
Y lo que antes fuese una nave gloriosa,
Cayó en holocausto y se cubrió de gris.

Por: Sebastián Moreno.