Pareciera que la tensión política que se
vivió hace unas pocas semanas en el país ha cesado. La que no ha cesado es la
tensión que se ha vivido desde hace 200 años, e incluso más. Para nadie es
desconocido que la situación política nacional nunca ha sido estable y mucho
menos transparente, pero en tanto no haya unos cuantos vándalos causando daños,
repudiables sin duda, en la capital país, entonces consideramos que nos
encontramos en un escenario de calma.
Esta indiferencia política se debe a
múltiples factores, desde la docilidad que tenemos como pueblo y como
individuos, hasta las medidas represoras de gobierno e instituciones para
evitar involucrarnos en este ámbito. No es un fenómeno reciente, la
historia nacional está llena de muestras de ciudadanos como simples
instrumentos, de muchas maneras. Cuando liberales y conservadores se
hostigaban sin cesar, el que moría era el campesino, que no tenía idea de
porque luchaba, solo sabía que el otro tenía un color distinto en su bandera,
por lo tanto representaba una amenaza para su partido, el que era bueno, porque
sí, porque esa era la tradición familiar, no tenía nada que ver con la
ideología, sólo lo sabía porque así se lo habían dicho sin darle razones.
También se encuentra la madre que vendió su voto a fulanito para que llegara a
la alcaldía, a cambio de un sancocho para sus hijos, o porque fue amenazada
para que así lo hiciera. Y la más reciente, la tardía movilización del pueblo en
defensa de los campesinos, levantándose y gritando cuando líderes políticos,
tanto de derecha como de izquierda, lo indicaban, callándose en el momento que
estos bajaban la mano, y olvidándose del descontento en cuanto un fenómeno más
entretenido apareció (se me ocurre un partido de fútbol).
Otra muestra de la manipulabilidad de
nuestro pueblo. ¿Ya para que protestaban? ¿Qué carajos iban a ganar? ¿No era
mejor manifestarse cuando esos motivadores estaban firmando tratados que
joderían el agro? ¿Por qué no lo hicieron cuando personajes de ambos bandos
empezaron a desangrar el campo? No digo que los motivos de la protesta no hayan
sido justos y suficientes, al contrario, me pregunto porque dejamos que se
hayan vuelto tantos y tan preocupantes. Si todo este fervor por proteger al
campesino hubiera iniciado al menos hace unos veinte años, la vida del
campesino seria otra. Pero ahí está el problema del país, no nos quejamos a
menos que nos den permiso, solo refunfuñamos sin hacer escándalo y dejamos que
todo siga igual.
Y la cosa no para ahí, ni si quiera
analizamos la situación política de una manera medianamente autónoma, solo se
escucha el cacareo de siempre, el mismo discurso que dan el profesor, el
busetero, el periodista y los medios; que el alcalde es un inepto, el
presidente un vendido y el congreso una horda de corruptos, que todo va de mal
en pior. Con razón el tedio, que mamera oír siempre la misma vaina. Puede que
tengan razón en lo que dicen o puede que no, pero no importa, lo repetimos, sin
presentar argumentos ni soluciones. Rara vez aparece una nueva opinión bien
fundamentada, que cuando lo hace es criticada y dejada a un lado, solo
prosperan las que usan la fuerza y la violencia. Tenemos la patria que nos
merecemos.
¿Para qué peleamos por el derecho a la
participación política, si ni siquiera lo vamos a usar? No es necesario que nos
volvamos militantes de un partido político, ni crear el nuestro propio, con que apliquemos una mirada
crítica a los distintos escenarios y no traguemos entero lo que nos dan,
lograremos formar pensamientos realmente autónomos. ¡A la mierda lo de el
análisis imparcial! Debemos formar nuestras opiniones sobre lo que ocurre;
dejar de insistir en tomar posiciones ambiguas, y más bien enseñar a examinar y
criticar, para generar conciencias propias. Dejar de ver la discusión política
como origen de conflictos, y empezar a verla más bien como una forma de ampliar
y aplicar nuestro conocimiento.
Es imposible cambiar la situación si
primero no cambiamos nosotros, si no empezamos a formar nuestras propias ideas
y ver el mundo bajo nuestro criterio. Deshacernos del desinterés político, y
hacer parte de este ambiente. Es hora de hablar de política.
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